La financiación circulante


Al embarcarnos en la aventura que supone el emprendimiento, nos asaltan siempre tanto las dudas naturales sobre nuestro propio futuro y el de nuestra empresa como una serie de cuestiones legales que, generalmente, no sabíamos ni que pudiesen llegar a existir.

Poneros en situación: recién empezada vuestra actividad, un cliente os dice que el pago convenido tiene que realizarse mediante un pagaré nominativo a tres meses o, por poner otro ejemplo, va el cliente y os dice que todos sus pagos se realizan mediante un proceso de confirming que mantiene con su entidad de confianza. Y, ahora, ¿qué? ¿Quién me paga? ¿Cómo me paga? ¿Cuándo? O, ¡peor!, ¿es que no me va a pagar?

Como toda duda tiene que ser resuelta, intentaré clarificar las cuestiones principales. Tened presente que van a ser unas notas a vuela pluma, una idea general de lo que podéis encontrar, pero que, en todo caso, los términos concretos de los productos varían, y mucho, de una entidad financiera a otra (ya sabéis, uno puede pretender cobraros un tipo del 5% y otro del 10%).

Dado que por algún sitio tenemos que comenzar, conviene asentar una base conceptual previa relativa a la idea del “circulante”. La pregunta que más habré respondido se refiere al por qué de llamarlo circulante. La respuesta fácil sería enseñaros mi cuenta a final de mes para que vieseis cómo circula, por desgracia, en sentido de salida. La respuesta seria tendría que girar en torno a la consideración de las obligaciones y derechos en el corto plazo, es decir, a plazo menor a un año, pero los tecnicismos mejor para otro rato.

En primer lugar, valga señalar que podemos distinguir entre activo circulante y pasivo circulante; distinción proveniente de la contabilidad, ese conjunto de normas que tenemos que aplicar constantemente en la empresa y que nos permite calcular, entre otras muchas cosas, nuestro beneficio o pérdida al final del ejercicio.

El activo circulante o corriente, grosso modo, está formado por las partidas correspondientes a existencias, deudores comerciales y otras cuentas a cobrar, inversiones financieras a corto plazo y la tesorería (caja, bancos… vamos, el cash), lo que traducido se corresponde con: el cuánto tengo en almacén, quién me debe el qué y cuánto, dónde he puesto el dinero y, finalmente, cuánto tengo en el bolsillo.

El pasivo circulante consistiría, por así decirlo, en lo contrario. Vendrá dado por los créditos con proveedores y acreedores varios, deudas financieras a corto plazo y otros tipos de financiación. En castellano sería lo que debo, ya sea a los proveedores por las mercancías, materiales o servicios, ya sea a cualquier otro tipo de acreedor.

Dicho así, parece fácil. El problema surge por las distorsiones continuas que se producen en el tráfico comercial. Si al proveedor le tengo que pagar a fin de mes y el cliente me paga con un pagaré a tres meses, ¿cómo me las ingenio para casar lo uno y lo otro? Surge, en este punto, la necesidad de gestión del circulante y, por ende, su financiación, como medida para obtener liquidez.

Las entidades financieras, cuyo negocio, no lo olvidemos, es mover el dinero, han desarrollado toda un pléyade de productos desde que allá por los S. XV y XVI empezó esto del comercio a ir más en serio. Entendedme, ahora resulta fácil ir de vacaciones a Francia, meter la tarjeta en un cajero y sacar dinero para agasajar a nuestra pareja mientras cenas y miras la Torre Eiffel, pero hasta no hace mucho, de lo que disponías era de lo que llevabas encima, aunque fueses a la ciudad de al lado.

Dentro de todos estos productos que han ido inventando y extendiendo podemos considerar los relativos a la financiación del circulante. Cabe mencionar:

1   Préstamos comerciales

A día de hoy creo que todos tenemos una idea general sobre qué es un préstamo: el banco te da una cantidad de dinero que has de devolver periódicamente y por el que te cobra un interés.

La diferencia con cualquier otro préstamo estriba en su brevedad y en su finalidad: permitir que la empresa afronte los pagos comerciales que ha de hacer en un plazo inferior al año.

He de mencionar que en numerosas ocasiones, más aún cuando estamos hablando de emprendedores, las entidades financieras tienden a sustituir el préstamo comercial puro y duro por un préstamo personal al emprendedor, es decir: en el préstamo comercial, la responsable del pago del préstamo es la propia empresa, con todos sus bienes, firmando el administrador (firmáis vosotros como representantes de la empresa); en el préstamo personal, el préstamo os lo dan a vosotros mismos para que lo empleéis, siendo vosotros los responsables de su devolución, con todos vuestros bienes presentes y futuros.

Gran diferencia que normalmente no explican lo suficiente, aunque está justificada: la entidad financiera no confía en que la empresa vaya a ser capaz de devolverle el préstamo (un rating bajo) pero está convencida de que a vosotros os puede exprimir.

2.   Créditos comerciales

Un crédito es el reverso tenebroso del préstamo. En un crédito o línea de crédito, la entidad financiera pone a disposición de la empresa una suma total de dinero, debiéndose intereses sólo por el importe concretamente empleado, junto con otra serie de comisiones tanto por el dinero puesto a disposición y no empleado como por el número de operaciones realizadas o por el exceso de disposición (el sobregiro: los números rojos más allá de los número rojos).

Quizá con un ejemplo lo veáis más fácilmente: el banco os concede un crédito de 100.000€. Si disponéis de 30.000€, pagáis por los 30.000€, más comisiones varias (¡negociad insensatos!) pero si disponéis de 80.000€, pagáis por los 80.000€.

La ventaja del crédito reside en que se usan como cuentas de corrientes, de movimiento. No tengo para pagar un recibo, tiro del crédito (dispongo de 2000€); mañana me pagan una factura (de 500€), ingreso al crédito (dispongo de 1500€). Y así, suma y sigue haciendo operaciones, retiras e ingresas, retiras e ingresas.

Pero como os decía, se convierte en el reverso tenebroso porque en todo momento vas a estar debiendo el total que han puesto a vuestra disposición (los 100.000€) y porque la gestión de los gastos ha de ser muy estricta, so pena de encontraros un día ahogados por ese dinero que habéis ido gastando poco a poco.

3.   Descuento comercial y línea de descuento

El descuento comercial aparece en el momento que os pagan mediante un efecto mercantil: un pagaré o una letra de cambio. Los cheques también son un efecto mercantil pero tienen la ventaja de que se pagan a su presentación, es decir, vais al banco y lo cobráis directamente. El pagaré y la letra no se puede cobrar hasta la fecha de vencimiento que aparece en el mismo (pagadero el día tal del mes cual del año… ¡cuidado!).

Para solucionar este problema de liquidez (como emprendedores os hace falta el dinero ya, no dentro de 3 ó 6 meses), surgen tanto el descuento comercial como la línea de descuento.

En el descuento comercial, vas a tu banco y le pides que te lo descuente. El banco te deposita el importe de esos efectos en la cuenta y se encarga de cobrarlo cuando llegue el día de vencimiento. ¿Qué ocurre si el día de vencimiento, al cabo de los 3 ó 6 meses, quien te dio el pagaré no tiene fondos suficientes para hacerle frente? Pues que te toca devolver el dinero y, además, te cobrarán una comisión.

 Es puntual y para un único efecto o muy pocos. Y, con carácter general, suele salir algo caro.

La línea de descuento es lo mismo pero en serie. Se emplea cuando frecuentemente recibes pagarés o letras como medio de pago. Ya no es cuestión de que tengáis uno o dos pagarés al año, es que tienes varios al mes. Como existe más movimiento, se suele negociar tanto un límite máximo de descuento (voy a descontar 10.000€ en tres meses y no más) como un tipo de interés y comisiones menores (la entidad tiene más negocio y ajusta el precio).

4   Factoring y confirming

A partir de aquí nos ponemos esotéricos pues son operaciones menos frecuentes y algo más “raras”.

En el factoring, en castellano y sin anglicismos, es una cesión de crédito civil. La empresa, cuando funciona, va generando una serie de facturas, recibos y semejantes que representan, todas ellas, unos créditos que os tienen que pagar vuestros diferentes clientes. Como desde la fecha en que se emite la factura hasta que al final veis el dinero en la cuenta puede pasar bastante tiempo, surge el factoring: todos esos créditos se los cedéis al banco, para que los cobre por su cuenta y os ingrese a vosotros un importe menor que el total. Si tengo 20 facturas por un total de 5000€, le cedo las 20 facturas pero a mi me van a ingresar 4.700€ (los 300€ que faltan se los queda el banco).

Hay dos tipos de factoring:

  1. Factoring con recurso: vosotros asumís el riesgo de que el cliente no pague la factura. En ese caso, si resulta impagada, le tenéis que devolver el dinero de esa factura al banco y ellos os devuelven la factura para que os las ingeniéis.
  2. Factoring sin recurso: el riesgo de impago lo asume el banco. Lo que te haya pagado el banco, pagado está y que se las apañe. Indudablemente, es más caro.

En el otro extremo nos encontramos con el confirming. Si antes hablábamos de facturas a clientes, ahora son las facturas de los proveedores. En el confirming, vuestro banco se encarga de pagar vuestras facturas con vuestros proveedores, asumiendo el banco el riesgo de que tú no le devuelvas esos pagos y cobrándoos un importe. Se dice y rumorea que da mucho prestigio, por eso de la confianza que deposita el banco en ti, pero desde que empezó la crisis, allá por el 2008 y 2009, prácticamente desaparecieron estas operaciones.

Bien podéis imaginar que el estudio del riesgo que conllevan estas operaciones es muy intenso: desnudan la contabilidad de la empresa y la miran del derecho y del revés y, aún así, se lo piensan.

5.   Anticipo de crédito comercial

El anticipo de crédito funciona igualmente sobre los recibos de vuestros clientes. Se confunde a menudo con el factoring pero hay que intentar distinguirlos.

En el factoring, como hemos visto, se encargan de cobrar los recibos tras haberte abonado el importe. En el anticipo de crédito, te “adelantan” el dinero sobre la garantía de esos recibos o facturas.

La mayor diferencia, no obstante, va a estar en que en el factoring te comprometes a que todas tus facturas a clientes (y cuando digo todas, son todas) te las gestiona el banco mientras que en el anticipo de crédito tú eliges las facturas que quieres anticipar y las que no.

6.   Avales

Los avales son habituales y no dudo de que muchos de vosotros los halláis empleado (el caso típico es que vuestro arrendador os pida un aval que garantice el pago de la renta).

Funcionan como la garantía más básica de cumplimiento de una obligación. Vuestra empresa, por ejemplo, puede arrendar un local o debe cumplir unos requisitos que exige una Administración concreta. En caso de que no cumplieseis con esa obligación, la entidad financiera, en funciones de avalista, cumpliría por vosotros para después reclamaros el pago.

Su coste varía en función del importe avalado y del riesgo de impago: a mayor importe y riesgo, más caro.

7.   Pagarés de empresa

Los pagarés de empresa sirven para captar inversores en vuestra empresa. Consisten en la promesa de que pagaréis al tenedor del pagaré un cierto importe en tal fecha, para lo cual os los tienen que “comprar”. Hay diversos tipos de emisión y, según cómo se haga, habría que cumplir más o menos requisitos.

Se han empleado tanto para favorecer el crecimiento rápido de una empresa como para obtener liquidez en empresas solventes.

Como habéis visto, las opciones de financiación son variadas, más aún cuando cada entidad financiera puede determinar condiciones específicas en cada uno de estos productos, y no me refiero solamente al precio. Es importante tener presente, en todo caso, cuáles van a ser vuestras obligaciones en cada uno de los supuestos y, sobre todo, ajustaros a lo que necesitéis, a lo que os sirva.